Gary Ridgway

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Ridgway nació en Salt Lake City, capital del estado estadounidense de Utah el 18 de febrero de 1949, hijo de Mary Rita Steinman y de Thomas Newton; fue el segundo hijo, de un total de tres. Fue criado en McMicken Height, Washington. Se sabe que su madre era absolutamente estricta y que dominaba con mano de hierro a los integrantes de la familia, especialmente a Ridgway. Familiares recuerdan que su madre jamás lo quiso y que constantemente le gritaba a su esposo. Luego de que Ridgway fuera detenido, varios familiares y amigos del mismo fueron interrogados para saber cómo lo describían. Lo describieron como una persona amistosa pero extraña. Mientras caminaba casa por casa hablando sobre la Iglesia Pentecostal a la que asistía, este hombre desarrollaba cada día más una obsesión por las prostitutas además de estar sufriendo una anomalía en su comportamiento sexual. Sus primeros dos matrimonios estuvieron plagados de infidelidades de ambas partes.

Además debo decirles que la madre de Gary era una mujer religiosa bastante atractiva y provocativa, ero con cambios de personalidad radicales, tanto así, que una vez en la hora de la cena le quebró un plato en la cabeza a su compañero de hogar. Ridgway se sentía intimidado-atraído por esta figura pero le repudiaba al mismo tiempo pues como hemos mencionado nunca le expreso cariño materno.

En cuanto a su captura podemos decir que fue beneficiado por el atraso de las pruebas de ADN, ya que los policías lo tenían como sospechoso pero faltaban detalles para atraparlo.

Como en sus últimos treinta y dos años, un viernes por la tarde el señor Gary Leon Ridgway terminaba su jornada como pintor de camiones en la fábrica Kenworth, situada en la tranquila ciudad de Auburn (Washington).

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Pero, aquella tarde, el veterano trabajador no podía ni imaginar que a la salida le esperaba un grupo de policías con unas esposas, una orden de detención y toneladas de impaciencia acumuladas a lo largo de dos décadas de difícil e infructuosa investigación.

Justo en el momento en que las esposas rodearon las muñecas de Ridgway finalizó la loca carrera criminal del asesino en serie más prolífico de los Estados Unidos y también se puso término a la investigación policial más larga de su historia. Durante los años ochenta y noventa, Gary Leon Ridgway, hombre casado de apariencia frágil, afable y vecino ejemplar fue asesinando sin tregua a decenas de prostitutas estrangulándolas después de requerir sus servicios. Pero, aunque parezca increíble, el número de delitos que figura en el historial del asesino todavía puede verse aumentado enormemente al considerársele también el principal sospechoso de la autoría de otros ochenta asesinatos que aún siguen pendientes de resolución en los Estados de Canadá, Vancouver, San Diego, California, Pórtland y Oregón. Del mismo modo, la policía no cesa en su actividad de búsqueda de nuevos cuerpos enterrados en las cercanías de cada uno de los domicilios donde Ridgway habitó a lo largo de su vida y en cuyas zonas anexas ya se han comenzado a encontrar cadáveres de toda clase y en las más inesperadas circunstancias.

Los primeros cinco cadáveres fueron encontrados en 1982 junto al Río Verde, en el término de la ciudad de Kent (Washington), por lo que el entonces desconocido autor de las muertes fue bautizado por la prensa con el sobrenombre del “asesino del Río Verde”. La gran mayoría de las víctimas eran prostitutas, drogadictos y jóvenes fugados y sus cuerpos aparecían abandonados en lugares deshabitados. Dos años después, la ola de asesinatos se detuvo repentinamente, provocando el desconcierto en la policía pues a la par se iban produciendo nuevos hallazgos en lugares alejados, incluso situados en otros Estados. El número de casos sin resolver iba en imparable aumento, mientras la ciudadanía se alarmaba ante la ineficacia policial a cada nuevo deceso atribuido al misterioso asesino del Río Verde. Las trágicas muertes eran seguidas por todo el país a través de unos siempre atentos medios de comunicación: decenas de mujeres estaban siendo asesinadas, mutiladas y posteriormente abandonadas, primero junto al Río Verde, y más tarde en zonas boscosas, las inmediaciones de aeropuertos o autopistas de distintos Estados.

Transcurrían los años, se sucedían nuevos hallazgos, pero el culpable, todavía impune, proseguía su febril actividad bajo la protección que le brindaba el anonimato. El caso continuaba sin resolverse, envuelto en una nube de misterio tan densa que fueron necesarias dos décadas para dar con la identidad del asesino, finalmente señalada gracias a evidencias obtenidas en pruebas del ADN. En su confesión jurada ante la Corte de la ciudad de Seattle, Ridgway se declaró culpable de 48 asesinatos, de los que era considerado sospechoso en el Estado de Washington, si bien sólo había podido ser acusado de 7 de los mismos. Esta confesión escribe en su historial una cifra que lo convierte en el asesino en serie con más muertes de la historia de los Estados Unidos. Sin embargo, los policías investigadores del caso no descartan que algunos de los asesinatos atribuidos a Ridgway hayan sido cometidos por imitadores que hubieran arrojado los cadáveres junto al Río Verde. La autoinculpación es fruto de un acuerdo entre Ridgway y los fiscales, que le conmutan la pena de muerte por la de cadena perpetua sin fianza y a cambio de la confesión y ayuda a la policía en sus pesquisas referentes a la localización de cuerpos de las víctimas, incluyendo otras de las que no se tuviera conocimiento. La posibilidad de este pacto viene reconocida en la Constitución estadounidense y supone un ahorro estimado en más de diez millones de dólares, cifra que logra economizarse gracias a la no celebración del juicio con jurado. Sin embargo, este acuerdo no impide que otro Estado lo reclame para rendir cuentas, por lo que podría recibir la pena capital.

Durante la vista en la que Ridgway se confesó culpable pudo observarse cómo familiares de las víctimas lloraban desconsolados, expresando así una mezcla de indignación y enorme tristeza. Los sollozos se agudizaron especialmente durante la declaración autoinculpatoria, probablemente como consecuencia de la absoluta frialdad que mostraba la actitud del acusado. Los mismos familiares protagonizaron una protesta a las puertas del juzgado, en la que manifestaron a gritos su disconformidad con el pacto que libró al asesino de una ejecución en la silla eléctrica. Según las propias declaraciones de Ridgway, las motivaciones que lo llevaron a cometer tantos y tan brutales crímenes fueron, sobre todo, su deseo de “eliminar la escoria del mundo” y su desprecio hacia las prostitutas, a las que solía estrangular en un camión de su propiedad después de requerir sus servicios.

Siguiendo el procedimiento establecido para la confesión escrita, el fiscal procedió a la lectura de unas frases tras las que le preguntaba si lo pronunciado era cierto, a lo que Ridgway respondía siempre de forma afirmativa y con una entereza sorprendente. El contenido de una de las declaraciones leídas rezaba del siguiente modo: “Por lo general, desconocía el nombre de las mujeres que mataba. Solía matarlas en el primer encuentro y no me acuerdo bien de sus caras. He matado a tantas mujeres que me ha sido difícil recordarlas a todas.” A lo largo de la sesión autoinculpatoria, Ridgway reconoció haber elegido a las prostitutas como sus víctimas preferidas por la menor probabilidad que tenían éstas de ser reclamadas por familiares, pues la mayoría vivían solas o eran jóvenes fugadas de su casa de las que no se tenía noticia. Siguiendo con esta misma cuestión, el pintor de camiones afirma haber “querido matar a todas las mujeres que yo considerara prostitutas” y “detestarlas”, así como “sentir placer cuando conducía por las escenas de los crímenes pensando lo que había hecho”.

Ridgway versus Bundy
A pesar de su fructífera carrera criminal, Gary Ridgway no despierta muchas pasiones entre los seguidores de los asesinos en serie. (En Estados Unidos tienen club de fans y se ha llegado a comercializar una colección de cromos con los más famosos).
Esa búsqueda de la presa fácil y su monotonía delictiva es lo que, probablemente, le ha restado popularidad. De hecho, uno de los datos más interesantes de la biografía de Ridgway es su relación con Ted Bundy, uno de los asesinos en serie que sí tienen club de fans. Bundy colaboró con los investigadores del caso en 1985, mientras estaba encarcelado. Al estilo de El Silencio de los Corderos, pero unos cuantos años antes. A raíz de esta colaboración se publicó el libro: «El hombre del río: Ted Bundy y yo a la caza del Asesino del Río Verde» en 1995. Algunos creen que Bundy ofreció su asistencia por celos: él ‘sólo’ se había cargado a 23 mujeres y el asesino del río mató casi al doble en tan solo dos años.

Aunque menos prolífico, Ted Bundy sigue teniendo muchos más seguidores. Era un tipo educado y seductor, que se fugó dos veces de la cárcel y que ingresó en la facultad de Derecho, gracias a una recomendación firmada por el Gobernador de Washington. Mientras que Gary Ridgway es un pintor de camiones, no muy agraciado, que fue expulsado de la Marina.
Bundy atrapaba a sus víctimas, la mayoría universitarias con el pelo liso y la raya al medio, sin usar la violencia. Una de sus estratagemas favoritas consistía en vendarse o escayolarse el brazo y pedir ayuda a las chicas para meter unos libros en el maletero (cuando estaba en el Campus Universitario) o para sacar la barca del coche (cuando estaba en un lago). Esta táctica, en su modalidad brazo lesionado y mueble, también aparece en el Silencio de los Corderos.
Por su parte, la táctica predatoria de Ridgway consistía simplemente en contratar prostitutas.
Bundy se fugó dos veces de la cárcel y, mientras estaba a la espera de ser ejecutado, se seguía mostrando como un tipo presuntuoso, al hablar de sus fans y seguidores que tanto le apreciaban. Y El Asesino del Río Verde se pone a llorar en su primer juicio.

Récord criminal
Tras confesar haber matado a 48 mujeres, Ridgway se ha convertido en el mayor asesino en serie de la historia moderna de Estados Unidos. Este récord ha sido reconocido tanto por las autoridades, como por los medios de comunicación, lo que demuestra que nadie llegó a creerse lo de Henry Lee Lucas. Hasta hace poco, los norteamericanos consideraban a Lucas (quizás movidos por su afán de ser los más importantes en todo) como el mayor asesino en serie de Estados Unidos y del mundo, con unos 200 crímenes.
Lucas llegó a confesar un millar, tras su detención en 1983. Los policías de todos los estados estaban encantados de poder librarse de los casos que llevaban años sin resolver, y Henry Lee Lucas no quería contrariarles. Se convirtió en una estrella: entrevistas, libros, dinero, trajes, tele en color… Pero sus crímenes eran irrealizables: mientras estaba viviendo en Florida y entregando talones de pago semanales, se suponía que había cometido 46 asesinatos en dieciséis estados diferentes. Además, las descripciones que daba del lugar del delito no coincidían. De hecho, en el Corredor de la Muerte se retractó de todos los asesinatos, salvo del de su madre, por el que ya había cumplido condena.
Al siguiente video le iba a colocar la traducciòn pero le vi innecesario pues la imagen habla por si misma; el hecho de ver a Gary LLORAR despues de haber expresado «por que habria de sentir lastima son una basura de la sociedad» y cuando llega el padre de una de sus victimas expresandole, no odio sino cierta compasiòn. Pueden verlo:


Con el reconocimiento de este récord, los asesinos en serie norteamericanos siguen por debajo de sus colegas de otros países, como el británico Doctor Shipman que mató a 218 pacientes, el pakistaní Javed Iqbal que se cargó a 100 niños y adolescentes o el ruso Chikatilo que mató a 53 mujeres y niños.

3 comentarios »

  1. […] 1 – 2 – 3 – 4 – 5 – 6 – 7 – 8 – 9 – 10 – 11 – 12 – 13 – […]

  2. Freddy Said:

    Yo no soy quien para jugar, pero es obvio que Gary causó mucho daño, no solo a sus 48 víctimas fatales, sino también a esos corazones a quienes dejó sembrado una profunda raíz de odio y amargura, al punto que piensan con toda firmeza y seguridad que imposible que DIOS perdone a Gary. Está escrito: (1 Juan 1:9) “Si confesamos nuestros pecados, Él (DIOS) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.”
    Lamentablemente hay personas consumidas por insanos, pero lógicos sentimientos de rencores y amarguras frente a los hechos acontecidos, que están limitadas de entender el siguiente pasaje bíblico: (Mateo 18:21-22) Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? >>Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete<<


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